Amores perros

Casi de noche...el punto justo en que el sol se fué y la luna todavía no brilla, el punto exacto en que a pesar de ver, no se distinguen las cosas. Pero desde la baranda de la terraza en la que Ceci estaba acodada, podía escuchar el golpe de las olas contra las piedras, sentir en la piel la bruma que despedían, como si fueran miles de microagujas en la cara, y el gusto salobre en la boca. Mientras fumaba lentamente un cigarrillo, sus pensamientos se enredaban en el humo y formaban juntos una espiral, que ascendía hasta quién sabe donde. Un par de lágrimas se mezclaron con la sal del mar y llegaron hasta el borde del labio, y, la lengua rápidamente las deshizo...Por su mente pasaban escenas como filmadas a gran velocidad: el día en que por primera vez Guillermo le dijo TE AMO y ella sintió un vacío en la boca del estómago de tanta felicidad, el primer viaje juntos en avión, o, cuando atravesó la puerta de la iglesia y vió su cara expectante mientras la esperaba en el altar, el recuerdo de una luna de miel empalagosa, y la forma en que hacían el amor...éso dolía más, ése recuerdo es el que más laceraba la memoria...adónde quedaron ésos días de tanta piel, tanto sudor y saliva compartidos, en qué momento comenzaron a quererse...simplemente quererse...
Terminó el cigarrillo y atravesó la puerta ventana, se sentó en el pequeño escritorio del dormitorio y comenzó a escribir una carta, cada tanto miraba el pequeño objeto que estaba junto a su mano, era el culpable de que se sintiera como se sentía? no, se contestó, es tán sólo la prueba...Y su mente viajó otra vez al recuerdo de otros brazos, otra piel, otro sudor compartido, y sintió un escalofrío al regresar a la mañana de éste día que termina.
Ceci completó la carta, la dejó junto al pequeño objeto, se miró al espejo pero no pudo verse, los ojos empañados le devolvían una imagen borrosa de sí misma; abrió otra vez la puerta ventana, se acercó a la baranda adonde hacía escasos minutos estuviera apoyada y en segundos su cuerpo, las rocas de abajo y las olas se fundieron en un sólo elemento...En és preciso momento, las luces de un auto iluminaban la casa. Guillermo se extrañó de ver las luces apagadas, raro, pensó, Ceci no me dijo que hoy salía otra vez, seguro se habrá olvidado. Abrió la puerta de entrada y una brisa húmeda lo recibió, ¿el ventanal del cuarto abierto? esto sí es raro, y dirigió sus pasos hasta allí, y lo único que lo esperaba era una carta iluminada por la luz del velador, junto a ella un test de embarazo...
Guillermo no podía engendrar hijos.